Por: Guillermo Nevado

El lenguaje es poderoso. Pensamos en palabras y los significados que tienen, seamos conscientes o no, marcan y definen como vemos el mundo. Hay ramas enteras de la filosofía, de la neurociencia, de la psicología, dedicadas al lenguaje.

¿Por qué las áreas de Recursos Humanos pasaron a llamarse Talento o Gestión Humana? Porque la palabra recursos tiene una connotación específica, y no queremos que la gente se sienta como materia prima, como insumos, como recursos. ¿Por qué hay un esfuerzo por no decir “el hombre” sino “la humanidad”? ¿O por decir “ciudadanos y ciudadanas” en lugar de solo ciudadanos? Porque es importante visibilizar al género femenino en la lucha por la igualdad social. ¿Por qué habilidades tan críticas para la vida y el trabajo como saber manejar nuestras emociones, persuadir a otros, negociar acuerdos, liderar personas, comunicarse efectivamente, son catalogadas como blandas? Suena a un adjetivo usado para describir almohadas, nubes, o personalidades blandengues.

Estas habilidades no tienen nada de blandas, y mientras más escalas en la estructura corporativa más cuenta te vas dando. Las habilidades técnicas o duras siguen jugando un rol importante, pero ya hay gente a tu cargo incluso más especializada que tú en ellas. A mayor nivel jerárquico, más protagonismo toman las capacidades de relacionamiento, de influencia, de interacción humana, de navegación de los mares de la política empresarial.

La lista de softskills (en inglés) es extensa y poco definida (una lista aquí), por la falta de consenso obvia que surge de la inexactitud de su definición. Pero en el contexto de crisis global causada por el Covid que ha dado paso a una nueva normalidad marcada por el teletrabajo, el home office, la difuminación de la ya delgada línea entre la vida personal y la laboral, la distancia social y la falta de interacción humana física, podemos resaltar algunas habilidades que se van posicionando ya no sólo como importantes para nuestras vidas y carreras, sino como realmente urgentes.

Como no soy ningún gurú de las habilidades blandas (avísenme si hay alguno para seguirlo en Instagram), voy a repasar los episodios personales MadeInCuarentena que me han hecho un poquito más consciente del largo camino por crecer. Y en lugar de las habilidades en sí mismas, describiremos la situación en la que se necesitan aplicar:

Estrés. Falta de visibilidad casi total sobre si llegaré a mi meta del mes, si mis clientes cerrarán, si habrá abastecimiento para poder despachar órdenes, si habrá trabajo aún sobre el qué estresarse o si me estresará la falta de trabajo. Récords de intensidad y frecuencia de nuestro peor amigo (e inevitable compañero) del siglo XXI. Según yo ya lo tenía relativamente bajo control. ¿Una reunión pesada? Bajo un ratito al primer piso de la oficina a distraerme con algún otro colega. ¿El jefe se puso intenso? Vamos a comer un pollito a la brasa mientras hacemos catarsis con harto ají. ¿El cliente se puso más demandante que de costumbre? Estiramos las piernas y conseguimos un café. Desfogar ahora está más retante. Mi novia ya se cansó de escuchar mis quejas oficinescas, bajar al vestíbulo del edificio para hablar con el guardia sobre el clima estuvo bueno solo el primer mes, y mi perro ficticio ya se cansó de ir al baño al parquecito de al frente 6 veces al día. Las ganas que me dan de encontrar la máquina de Jonas en Dark (sin spoiler, que eso lo muestran en el capítulo 2) y reemplazar uno de los 4 cálculo que lleve en la universidad por un curso intensivo de meditación y mindfulness.

¿Qué hacemos? O reemplazo a mi firulais metafísico por un cachorro real que me distraiga o sigo intentando darme las pausas de 10 minutos con la membresía en Headspace (app de meditación) que me acabo de autoregalar. Ser consciente de mi estrés para no transferirlo a mi equipo: desfogar para no contagiar.

Ansiedad. La incertidumbre y las demandas ya expresadas vienen con una dosis complementaria de ansiedad. La cuota de vidas que se esta tomando el virus ya es tan alta, que todos tenemos alguien cercano pasando el luto terrible de haber perdido a un ser querido en la pelea contra el microscópico enemigo. Mi madre trabaja en un hospital. Mi papá sufre de los bronquios. Ambos cerca a los sesentas. El temor de perderlos de la noche a la mañana me ha cobrado horas de sueños, varias pesadillas recurrentes y largos audios de WhatsApp por llamarles la atención por salir a comprar pan caliente. Estos miedos existenciales se han sumado a las ansiedades de millenial que todo lo quiere lograr antes de los 30, que quiere salvar al mundo de decenas de amenazas, fundar una startup que sea unicornio para estar en la lista Forbes mientras una universidad extranjera nos ofrece una beca y nuestras redes sociales estallan de likes antes nuestra vida diseñada para verse bien online.

¿Qué hacemos? Darles toneladas de amor a mis viejos (a distancia nomás), llamar más a mi mamá, decirles a mis hermanos que los amo así hagan renegar a su madre, hablar más de cinco minutos en cada llamada con los abuelos que me quedan. Retomaré terapia, porque un psicólogo en esta época es más potente que una chela al final del día. Y meditación también: combata 2×1 de estrés y ansiedad con 10 minutos de momento presente.

Tiempo. Que se me escapa entre los dedos, entre reuniones prescindibles, entre mercado y cocina, entre lavar, limpiar y proyectar las ventas, gestionar al equipo, ajustar los presupuestos. Ya perdí la cuenta de los días en los que la silla se aburrió de mi peso, el escritorio de mis codos, la laptop de que la mire, el cuerpo de que lo ignore mientras grita por moverse. Cientos de horas sentado. De 9am a 11pm, parando (sin pararse) para comer con youtube al frente, o con una reunión que alguien programó en el horario en el que solíamos estar todos en la cafetería de la oficina. La pérdida de cambios físicos en la rutina destruyó la rutina. He llegado a extrañar el tráfico, o lo que representaba: volver a casa a las 6pm, la transición caótica del trabajo a la vida. Vida y trabajo en un tango donde lidera él, y ella se deja llevar nomás.

¿Qué hacemos? No iré a la siguiente reunión que no tenga objetivo y agenda clara. No seré yo el que ponga una así. Usaré la opción de llamada del celular, antes de empujar otro teams, webex o zoom en el calendario de mis colegas. Y si no queda otra que forzar la videollamada, me revelaré recio ante el autoritarismo de los bloques de 30 minutos que nos impone el software, que la mitad de las reuniones podría acabarse en 15 o 20. Programaré pausas, moveré el cuerpo. Dejaré de ignorar las pausas activas que agendaron desde HR. Retomaré el yoga, porque cuerpo sano, mente sana, Guille productivo, jefe contento.

Empatía. Si me siento retado por lo difícil de mi cuarentena, de mi home office, del temor por mis seres queridos, el 99% de peruanos (y de ciudadanos y ciudadanas del mundo en realidad), la están pasando mucho más difícil. Cuando reniego en la videollamada porque escucho bulla detrás, recuerdo que mis colegas tienen hijos y a su home office se suma el home school (2X más difícil). Cuando me estreso porque el cliente se está tardando en responder, me doy cuenta de que tiene el doble de trabajo porque tiene que atender a decenas de proveedores. Cuando hay problemas con despachos o logística, trato de entender que las restricciones del gobierno hicieron difícil la gestión en las plantas y centros de distribución. Cuando me abruma el trabajo, recuerdo que tengo uno. Se ha intensificado la necesidad de aplazar las propias preocupaciones y prioridades un par de minutos para entender la situación del otro. Hoy más que nunca influenciar empieza por prestar atención y hacer sentir al otro escuchado.

¿Qué hacemos? No estará de más revisar un poco de teoría sobre cómo escuchar. Volveré a leer el libro “Sólo Escucha” de Mark Goulston, y pondré en práctica las técnicas que se usan con éxito con pacientes psiquiátricos y con secuestradores. De seguro funcionan con pareja, amigos, clientes, jefes.

Adaptabilidad. Todo cambió y lo hizo rapidísimo. El popular mantra de que el cambio es lo único constante tomó proporciones titánicas. Lo digital se ha vuelto una obligación, un grito de supervivencia, cuando hasta hace poco era un esfuerzo sexy, pero opcional. Los restaurantes se han adaptado a no atender en vivo, las empresas a no usar oficinas, las bodegas a evitar el efectivo, los colegios a no ocupar las aulas, los profesores a usar zoom y WhatsApp luego de décadas de tiza y pizarra. Modelos de negocios devastados, industrias derruidas, paradigmas hechos pedazos. Extraño la oficina (a veces), extraño ir a nadar, extraño mi restaurante favorito (aunque su delivery se esfuerza por llegar sin revolverlo todo), extraño el cine y, aunque me autoproclamaba defensor de la diversión casera, extraño ir a un bar (o más bien la libertad de decidir que prefería quedarme en casa).

¿Qué hacemos? Asumir que todo lo que hoy es, en los próximos años quizás no sea. Prepararnos para ser lo que hoy no somos. Desarrollar alguna habilidad dura digital, mientras desarrollo la habilidad blanda de aprender a aprender más rápido y de aplicar lean (agilidad) al proceso de negación y luto ante el cambio en mi vida. Practicar abandonar un poco la necesidad de control. Vivir un poco más en el hoy y ahora. Meditación de nuevo. Se ha consolidado como la habilidad que más problemas abarca.

Estas cinco necesidades, que llaman a desarrollar las respectivas habilidades, son más que suficientes para la misión de crecer en los próximos meses, mientras cruzamos los dedos para que el rebrote no estalle, para que la vacuna llegué temprano, para que las vidas dejen de apagarse. Muchísimas otras que ya era importantes, lo siguen siendo y lo son más: liderazgo, trabajo en equipo, comunicación efectiva, etc. Pero estas cinco las siento urgentísimas en mí, en mis amigos, en mis colegas, en mis clientes, en todos. La esperanza está, de que, si la nueva normalidad vuelve hacer la antigua normalidad, habremos surgido con los músculos de manejo de estrés, de ansiedad, de tiempo, de empatía, de adaptabilidad, bien ejercitados y potentes. Surgiremos más hábiles, con habilidades blandas, más fuertes.